15/5/07

No se trata ahora de preguntarse quién se esconde tras el pseudónimo de Dyma Ezban. Baste saber que es un filósofo para quien la poesía es lo más importante, o un poeta que hace de la filosofía su forma de vida. Se debe añadir que se trata de un profesor de la Universidad de Guanajuato y que en su colección de 10 libros publicados en España por Ediciones Altera (Barcelona, 2002), nos ofrece una visión del mundo repleta de reflexiones filosóficas, de creaciones líricas y de imaginativas cuestiones en torno a la existencia, la sociedad, el hombre y los universos de Latinoamérica y España. Cuentan estos diez libros con los ingredientes de un depurado misticismo, un preocupado acercamiento a la realidad y una insinuante sospecha de que el ser humano es parte de su propia soledad. Lo demás es, sobre todo, poesía.

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El primer tomo, “El Habla del Ángel”, como otros de la colección, vio la luz con el nombre del autor y en la solapa de aquel ejemplar aparecen una especie de confesiones, con forma de poética, una de las cuales dice:”Creo en Virgilio, ignorado por el amor en reconstruir su tiempo; en Hörderlin que desde Homero habitaba en nuestro mundo; en San Juan de la Cruz que regresaba de ser ángel para unirse en matrimonio con los humildes; en Mozart que desde niño impuso a su inocencia su *Réquiem*; en Hegel que fue un segundo dios en la noche de la vida; en Van Gogh que se hizo sol eclipsando su destino. Creo en los Poetas Suicidas, reveladores del límite de Dios”.Bajo el título de “El fracaso de la poesía ante la vida”, éste libro, indica el autor “tiene tres apartados: en el primero se expone la imposibilidad para entender a un poeta o a un filósofo; el segundo es una reflexión sobre un sentimiento renegado que me sugiere la *Poética* de Aristóteles, la que entiendo como un discurso que desvía el ser del poeta de la unidad con el Todo; y en la última parte se patentiza el pensar en la poesía europea y el no pensar en la poesía latinoamericana: de ahí una de las diferencias entre lo que es ser poeta europeo y ser poeta latinoamericano”. Así que se trata de aceptar o no aceptar el mundo y Dyma Ezban va recorriendo los escritos y el espíritu de Nezahualcóyotl, para quien “Dios no era posible de ser representado en imagen”, de Aristóteles (“todos los hombres poseen por naturaleza un deseo de saber”), de Adorno, Parménides, Platón o Descartes y nos lleva después a la poesía de sus grandes maestros, que no son otros que César Vallejo, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, sin despreciar los absolutos que surgen de Rilke, Cervantes, Shakespeare, Hördelin , Goethe, Pessoa y llega a conclusiones como ésta: “Solamente un poeta entiende a otro poeta, porque para sí mismos son poetas: te entiendo porque me entiendo” o “La filosofía buscó siempre la verdad, pero esa verdad absoluta estaba en lo que ella no es. Si la filosofía suponía conseguir una verdad, el sólo convertir la verdad a la filosofía lo hacía ser no verdad”. Pero luego aparece la poesía como conocimiento y leemos “que una poética se escribe más para entender una escritura del pasado que para seguir escribiendo a partir de ello”, y se habla de “Poetizar América”, añadiendo otros a los nombres elegidos:” ¿Y Darío? Es la fe”, “Rulfo es nuestro Virgilio. Crea una nación”. Dyma Ezban está construyendo una Visión del Mundo, una leyenda de la poesía como motor del universo, una historia de la poesía y de la reflexión filosófica capaces de modificar los conceptos humanos y los afanes de la ternura.”Así, Vallejo nos enseña a vivir; Neruda a saber esperar; Borges a construir otra historia; y Paz a existir en el habla como sonido, armonía”, advierte, aunque recuerde a Martín Heidegger y el contenido de sus dos ensayos *Hölderlin y la esencia de la poesía y ¿Para qué ser poeta?”, con esa pregunta que debe contestar el lector: “¿Qué es lo que sucede en el mundo para que un poeta sea necesario?”.

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Y pasamos a los versos, a ese ángel que habla, que se abren con una suculenta página de Fernando Pessoa que termina con otro interrogante: “¿Para qué me han dado un reino que tener si no he de tener mejor reino que este ahora en que estoy entre lo que no he sido y lo que no seré?”. Luego hay una búsqueda de Dios (“Lo único que sé de Dios/lo sé de lo que no sé de mí”), de la Poesía (“Lo único que queda/después de olvidar el mundo/es la Poesía”), del Amor (“Solamente diciendo la verdad al amante,/éste , se puede convertir en destino”), y del Hombre (“Mientras más sublime eres en la tierra,/más terrenal eres en el cielo”). La sorpresa final son dos textos de Rulfo y de Nezahuacóyotl. Entretanto hemos asistido a un descenso al ser humano, a esa insolución que es la existencia, a la diatriba que se viene estableciendo entre quienes desean entender la eternidad y quienes no comprenden el destino del hombre en la tierra. El poeta analiza la relación de Dios con sus criaturas, de éstas entre sí, de la música de los afectos, del pecado y sus espacios. Por encima de todo queda la inimaginada crueldad del dolor, los territorios de la desesperanza y las cercanías de un infinito que, habitado por los seres humanos, no es más que el escenario en que la conciencia ejerce sus diálogos y busca la luz.

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El Segundo Escrito, “El Miedo del Tiempo”, con dos partes versificadas y una de prosa poética, titulada *Guanajutus Mundis*, donde la capital de aquel estado mexicano, cobra vida y color. Es como regresar al impensado paraíso, al regocijo de ver las estaciones modificando los solares donde es posible la vida, a los horizontes de una memoria que sabrá conversar geografías y melodías diversas. Aparece también una poética: “…Así como en los pueblos humanos que han de superar su momento y proponer un Estado de las Artes. En los seres de conciencia desgarrada, origen de habitar poéticamente la tierra”.”Sólo espero que la Cosmidad del cuerpo humano que deviene en la Vida siendo Vida, lleve la respuesta del hombre por los siglos de los siglos”. El tiempo va, así, apareciendo como la llave para unas eternidades prohibidas, para un no-retorno a infancias y prados, para una huída de todos los placeres y todas las esferas. El escritor, el poeta, va escondiendo sus deseos en los rincones de la ciudad o en la inspiración del amor: tal vez porque sea la única manera de escapar de una leyenda de tormentos y nadas. En *Historia de la eternidad* Borges dejó escrito: “Negar la eternidad, suponer la vasta aniquilación de los años cargados de ciudades, de ríos y de júbilos, no es menos increíble que imaginar su total salvamento”. Tal vez por eso Dyma Ezban frente a su propio miedo, frente al inmenso temor, que produce lo cotidiano, el tiempo real va argumentando una bella primavera (“De la realidad nos salva la infancia”), un verano de “lejanías y acercamientos”, el otoño que nos permite conservar vida e ilusiones o ese invierno con su carga de calma. Luego aparecen otros horizontes, plazas, bullicio, personas, el devenir intenso de Guanajuato y su universo nada virtual de vida y de ventanas. Pero antes estaban los versos, y ahí sí aparece algún tiempo sombrío, con en “La genealogía del error”:”Habito en este siglo/para olvidar a México/y su oficio de ser Viento/; este septiembre/para buscar mi nombre en el olvido”. Ese miedo al tiempo hace que el autor de esta magna obra desee a cada minuto dejar atrás León, Guanajuato, y viajar a Sevilla a encontrar un antiguo amor, como ya viajó al Este de Europa en pos de otro destino o como inició viajes y más viajes por todos los Estados Unidos Mexicanos en busca no sólo de inspiración sino, también, de amistad, de paisajes, de vivencias, de ese regusto por lo desconocido que los místicos llevan hasta sus últimas consecuencias, como si trataran de hallar en esa dispersión el misterio de alguna santidad relevante. Total que la segunda parte del poemario son, precisamente, unos “Estudios en paisaje”, con sus trece letras/poemas entre cordiales y metafísicos:”Cada hombre que nace/contiene las vidas/de la historia”. Son muchas las referencias a México, a septiembre, al mundo latinoamericano en toda la obra de Dyma Ezban. El propio autor nació el 25 de septiembre de 1959 en León, y su mexicanidad llega a límites importantes, tanto en sus versos como en su obra en prosa, sintiéndose incluso responsable de hallar cauces para que cuanto sucede en su país sea exportable a otros países, principalmente España. De ahí la necesidad, o el deseo, de ver publicada su obra en Barcelona. Pero además es necesario hacer notar su valor como maestro en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato y sus varios proyectos para el estudio de Filosofía y Metafísica, inconfundibles a la hora de penetrar en su mundo poético y en sus reflexiones filosóficas.

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Poemas densos, abigarrados, barrocos son los del tercer libro, “La Educación del Dolor”. Parte con un escrito de Leon Bloy:”El dolor, por principio de cuentas, es el gran despertador del alma…”.Aquí, por ejemplo, para el poeta “el sueño es una eternidad/que nunca empieza”, pero es la filosofía de la decadencia , de la aventura del ser humano caminando hacia su destrucción, hacia el pasado que comienza a cimentarse tras el primer momento de olvido. Estamos ante unos versos donde el autor reflexiona en torno a lo cercano y también analiza los mitos, las leyendas, las historias del desarraigo. De ahí su valor como testimonio, como enlace con una realidad a veces demasiado trágica, nunca exenta de dolor. Y no sólo por el dolor último de la muerte, tal vez por el más cercano que es el de la soledad.”A todos los desdichados/del Reino de las Pasiones” está dedicado el libro y en su primera parte,”El retorno celestial”, Delos adopta a los Schudas como “huérfanos de lo existente” en un mundo a la deriva, allí donde las luces y las sombras de la existencia van tejiendo un telón para iniciar algún futuro:”Se busca la esperanza de los sexos que arde/con la lentitud de lo que no envejece”.”El verano primigenio” analiza principios y deseos, cuando los “Cantos celestes abren vírgenes/como manos envolventes hasta ser la rosa”.”La asunción de la vida” muestra un itinerario de voluntades y proyectos. El poeta se siente desterrado, ajeno al amor y trata de entablar un diálogo con la amada lejana, Nela. Pero el mundo va poniendo barreras, acallando las músicas, haciendo posible cualquier cercanía. Así es como asume la vida, el esplendor del día y la vileza de la noche ante la ausencia de la amada:”La vieron hombres que al tocarla dudaron/ser tierra o fruto”.”La indiferencia de la cárcel” nos conduce al universo material de todas las degradaciones, de todos los dolores. Pudiera suceder, entonces, que el poeta no se sienta más sólo que los demás mortales, tanto ante las cárceles de la autoridad como ante los reductos del entendimiento.”Sócrates ha muerto para nosotros/no así para él”. Dos deliciosos textos de Eckhart y Hölderlin cierran estos versos.

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En el Cuarto libro: “La Consolación del Placer”. Llegamos a los terrenos de la meditación, de cierto entreguismo entre filosófico y cotidiano. Aquí el autor nos muestra los mundos íntimos de su reflexión. Y lo hace de manera personal, relatando presencias y ausencias, vitalidades y carencias. Sin llegar a aquel aforismo de Ramón Gómez de la Serna que decía *Son más largas las calles de noche que de día*, lo cierto es que Dyma Ezban nos lleva por unos vericuetos, a veces demasiado personales, donde el rumor de la poesía se va enredando en una suerte de indagación, tal vez dirigida al corazón del hombre. Y de ahí parte para relatar su propia existencia, sus propias dudas, su extrañeza ante el devenir de cuestiones tales como el sexo, el amor, la convivencia o la relación con los demás. Parte cada uno de los treinta y seis años en que se divide el escrito con una cita, en preciosa letra gótica, del Antiguo o del Nuevo Testamento (“Cum bona voluntate servíentes, sicut domino, et non homíníbus. Efesios 6,7”) para llevarnos, después, a su terreno donde la palabra cobra el valor de certidumbre y la metáfora se disfraza de consejo.”No son los poetas los que tienen necesidad de la poesía”, leemos en el año doce. Existe cierta desconfianza a ser bien interpretado, a re-conocer las teorías que el autor esboza, es como si creyera que va a existir un olvido del futuro, un falseamiento de la realidad que contienen todos los presentes. Por eso se preocupa de insistir en temas relacionados con las creencias, con la fe, con todo cuanto de mundano existe a nuestro alrededor.”Si al besar a la mujer durmiente separé el mundo, la búsqueda fue la entrega a lo natural de lo visible, y ello, no sería precisamente por el beso”. Pero el placer no está tan cerca, o al menos no está tan cerca el placer físico. A veces penetramos en una reducción al misticismo, al amor ensalzado por Teresa de Jesús o a las referencias al Amigo y al Amado que proclamaba Raimundo Lulio. Es un placer capaz de modificar las estructuras terrenas y crear las especiales músicas del arrepentimiento, incluso al margen de la propia consolación que ese placer podría proporcionar al hombre, al ser humano:”No tenía idea de lo alcanzable después del goce, pues, de la vida nace la Resurrección y lo Continuo”.

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Volvemos a la pregunta de Heidegger, “¿…y para qué poetas en tiempos de penuria?”. Pues tal vez, para crear universos de esperanza, acantilados de paz, imperfectos solares donde permanezca la ternura.

En su quinto escrito, “La Intimidad del Silencio” Dyma Ezban, poeta, filósofo, escritor de los ánimos místico, ciudadano amante del diálogo y de la necesidad del amor, nos lleva a sutiles territorios de indudable musicalidad, de necesaria vitalidad. Aquí más que el silencio aparece el susurro, el sosegado murmullo capaz de modificar la inspiración y crear el entendimiento. Si Octavio Paz dejó escrito que *La poesía hispanoamericana es un ser vivo, un ser de carne, hueso y alma: memoria, entendimiento y voluntad” (*Primeras letras*), diríase que, en el caso de Ezban, aparecen renovadas estas connotaciones. Es que sus versos son nítidos y repletos de vida, con esa corporeidad que les faculta el hablar de sentimientos con una voz franca y serena, dando a cada palabra el vigor de un pensamiento profundo y a cada verso el tono de una realidad inquietante.”Sobre/las alas/de un ave/salida del mundo,/escribo”. Es la infancia, la cercanía de los demás, el mundo a caballo de sus sentimientos, la imperiosa necesidad de descubrir las razones de la existencia los temas de este libro. Por ello el autor va recalando en los recuerdos, en la intimidad mas sorprendida, en algunas violencias de la carne o del odio. Y con todo ello deja un poemario lúcido, con esa melodía que resuena cuando el verso nos ha mostrado todo su esplendor, toda su alma, para rememorar sentimientos y dudas.”El/poeta/quema/sus libros,/olvida/la gloria/y se/deja/llevar/por las horas”.

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El mismo Octavio Paz, en el libro citado, se pregunta :”¿Quién conocerá los límites de la muerte? ¿Quién los del amor?”.

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En “El Destino del Cielo”, sexto escrito, Dyma Ezban ofrece cuatro apartados, dedicados a los dioses y a los héroes de su patria mexicana, *Los que sostienen el cielo*, a los músicos inmortales que nos dejaron las mas excelsas melodías que habitan las esferas, *Los que cantan el cielo*, a los poetas y pintores mayores que dignificaron el arte y la vida de su entorno, *Los que contemplan el cielo*, y a sus amigos y compañeros en la poesía y en el arte, *Los que aman el cielo*. Para todos tiene una palabra, un elogio, un entrañable saludo. Y es porque se pregunta por los límites de la muerte, el valor de la existencia, el contenido del amor. Y es porque el cielo está en la relación con los demás, quienes nos precedieron y crearon desde el pasado un futuro de paz y aquellos que nos acompañaran y están tejiendo presentes de ternura para averiguar dónde comienza el inquietante porvenir. Este puede ser el mejor de todos los libros, el más completo, el más vehemente. Porque al hablar del cielo, Ezban está hablando de la tierra, del territorio magnífico en que es posible disfrutar del amor, de la amistad y de las madrugadas. Y todo eso lo va a corporizar en todos aquellos que, con su admiración, hace revivir en las plenas orillas de su verso itinerante y musical. Al referirse a Temilotzin recuerda que“Un hombre de Tlatelolco,/en la Edad de los Guerreros,/no desea ver a sus amigos morir”; Mahler “”fue un destinado,/pero un hombre destinado no es un ser privilegiado,/destinado es el que vive en un conflicto,/entre dos realidades…”;”A veces ,/pienso que estás vivo de hueso,/carne y humo” dice a Xavier Villaurrutia. Mientras tanto sigue sucediendo la inspiración continua, el torrente de pensamiento filosófico y la frenética acometida de la lírica, el mundo va cobrando el valor inusual de lo perfecto y la poesía sigue su rumbo.

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“Nombral del Nombre” es el séptimo libro. Es un libro repleto de misticismo, de caridad, de esperanza. En él es el ser humano quien se va confesando, intentando descubrir los errores y las violencias que le atan a su condición de mortal. Son versos duros, innegablemente cotidianos. En ellos el autor va relatando los defectos, las antivirtudes del hombre para, de esta manera, solicitar perdón a quien todo lo puede perdonar. Es el libro de un creyente fundamentalmente. Entre las varias dedicaciones del volumen nos parece que la dirigida “A todos los Poetas/de la Nación del Habla” refleja la intención del autor de hacer partícipes a todos de su clamor de bondad para erradicar el pecado y recobrar la inocencia. Así, por ejemplo, el séptimo nombral (*El Consuelo de Invocar el Perdón*) está dedicado *A la Paz*: “Dios mío,/dame voluntad/para nunca pedirte un ruego” y el décimo (*Morir en la Eternidad del Otro*), “A la Miseria” recuerda que “Mientras haya lágrimas/en el rostro del Hombre/todo será inmortal”.Cierran estas páginas dos rememoraciones de Fray Juan de los Ángeles: *Son muy pocos los que se hallan tan dispuestos y voluntarios para el desamparo, eso es, para carecer de la suavidad y gusto interior, como por la afluencia y abundancia de los regalos del espíritu* y de León Tolstoi: *El hombre sólo puede vivir mientras está intoxicado, embriagado de vida…*

Pero todo vuelve a transcurrir por los caminos del amor, por las rutas del deseo “Polvo serás, más polvo enamorado”, proclama Francisco de Quevedo.

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Dyma Ezban titula su octavo escrito “Incertidumbre del Polvo”. Este es un libro denso, amargo, magnífico en expresiones y en ideas. Comienza con palabras de Ludwig Wittgenstein: *En filosofía es preciso sumergirse en el antiguo caos y sentirse en él absolutamente cómodo”. *¿El dios de mi soledad es el dios de la Soledad?*, se pregunta el autor, y así sigue interrogándose durante capítulos y capítulos- cien- que, presididos la mayor parte por el Libro de Job indagan en torno a la Humanidad y sus confines y lo hace, como recuerda Borges en su”Historia de la eternidad” que lo hacía Nietzsche quien *quería hombres capaces de aguantar la inmortalidad”. Son prosas donde asalta la duda, la incertidumbre, cierta de desolación ante la escasez de respuestas pero, sobre todo, la complacencia de saber que quien pregunta está en el camino de descubrir la verdad, o las verdades.(*¿Cuándo doy limosna a un pobre yo en él soy más rico? ¿Cuándo contemplo la belleza veo la belleza que tenía antes de nacer? ¿La mujer es nuestro antes? ¿Mis ojos están en un tiempo al que yo mismo no llego?*). El autor va rememorando la propia inutilidad de la existencia, la propia idea de disfrutar de la nada después de la soledad y del dolor. Y por eso, a veces, se rebela incluso contra la posibilidad de la felicidad, contra el innegable deseo de alcanzar la paz en los espacios terrenos. Tal vez porque ni las ternuras ni las experiencias felices alcancen a modificar nuestro, infeliz, destino. Félix Grande escribe en su delicado libro titulado “Sobre el amor y la separación”: Creemos que es indestructible, y no hay nada más frágil. Cuando estamos en poder del amor creemos merecer la felicidad, y es entonces cuando, en verdad, hay que aprender a merecerla, para que el amor dure siquiera algo más que un suspiro”. De la misma manera Ezban en su dubitativa reflexión nos conduce a determinadas conclusiones, como la de la imposibilidad del consuelo o la absurda violencia que el dolor ejerce, de manera imprevisible, sobre nosotros. A cada paso.*¿Cuándo saber? ¿Sócrates dice quién sabe y quién no? ¿Siempre la disputa? ¿Siempre el odio y el amor? ¿Quién desea la dualidad del acto justo?*. Estamos ante una filosofía de la existencia del NO, ante el innegable camino para conocer los valores del propio yo, la consistencia de nuestro pensamiento más allá de tanta arbitrariedad como supone habitar un paraíso negado ya desde el principio. Por eso estas prosas son un GRITO para lograr la solidaridad entre todos los sufrientes, entre quienes habitan el mismo espacio de ingratitudes y de miserias. *¿Y el Siglo habrá de perdonar toda existencia? ¿ Y el ciego pregunta por la línea de su edad? ¿Y sospecha de su esperanza? *.

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“Memoria del Rostro” es el noveno escrito. Está dedicado a Juan Rulfo. Nos encontramos ante una serie de pequeñas obras maestras, donde una delicada muestra del mundo desfila en unos textos de gran lirismo y lúcida expresión. Ezban va creando esa atmósfera sombría y repleta de los fantasmas de la existencia, esos mundos de niebla y metáforas donde, según el autor, aún es posible la fe. Al propio Juan Rulfo van dedicados estos escritos, estas somnolencias que tienen lugar en los imprevisibles futuros del género humano, con capítulos presididos por un abecedario de insinuaciones y raras vivencias. Por ejemplo en *Eiou*, fechado el Martes l0 de Mayo de 2067 leemos: “Siempre es bueno ser bueno. Bello, justo. Ahora comprar sustituye a crear. Compro ser bueno y soy rico en comprar. La ley de los hombres hace obedecer a los hombres ante los hombres. La nación acompaña al enamorado en toda su travesía de amor a cambio de que obedezca”. Son las geografías de Comala intentando el falso confort y la nítida sensación de saber que somos nada si no tenemos cerca de los demás, lo material y lo humano. Como si el hombre estuviera, al fin, solo ante su destino. Estamos, en este escrito, ante un devocionario, una reflexión en torno a la existencia y sus violencias mas cercanas. En un presunto Viernes 22 de octubre de 2376 leemos: *Si empiezo a leer un libro, jamás paso de la primer página porque siempre regreso al antes. Termino rápido de leer porque no hay nada que leer. Estoy de pie y no recuerdo haberme puesto de pie. Veo una taza de café y un cigarro encendido y no recuerdo haberlos preparado*. El rostro, la serena faz del ser humano, va indagando en su presente, rememorando los pretéritos y analizando los posibles futuros. Por las páginas de cualquier libro de Juan Rulfo desfila la vida, esa vida a veces ignorada y calenturienta que se adormece en las garras de los peores dramas y de las más absurdas desgracias. Estas desgracias son la pobreza, el hambre, la incomprensión, esa porción de violencias invertebradas capaces de deshabitar cualquier geografía. Hay un libro de Editorial Planeta que recoge *Pedro Páramo* y *El llano en llamas*, (Barcelona 1983), y que es una fácil guía para penetrar en ese mundo cáustico e imperfecto que también Dyma Ezban trae a esta *Memoria del Rostro*:”En el paraíso no habría necesidad de arte. Quien sienta la necesidad de arte es seguro que no está en ningún paraíso. La casa es imaginación concreta del universo, es la intuición del cuerpo como universo. La casa madre”, escribe Ezban en su escrito del Martes 29 de agosto de 2299.

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“La Oración del Suspiro” es el décimo libro. Asistimos en él a un discurso de amor cristiano, a la impecable salutación del optimista religioso, del místico que se acerca a su Dios y le habla de tú a tú, y se confiesa con él, y le relata sus avatares, sus problemas, sus dolores. En este hermoso libro la palabra es misticismo puro, evangelio para todos, canto solemne del hombre ante todo lo creado por la gloria eterna de un Creador omnipotente. La vena intimista, tanto religiosa como profana de Dyma Ezban cobra aquí su máximo valor, su epicentro lírico y existencial: “Señor,/ten compasión de nosotros./Así sea”.

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Dr. Manuel Quiroga Clérigo.